Se distinguen dos etapas:
la primera se extiende desde la
independencia hasta mediados del siglo XIX y se caracteriza por la apertura
al libre comercio, la entrada masiva de mercaderías inglesas y la pérdida de
metal precioso circulante por el pago de las importaciones. El desarrollo
fabril europeo contribuyó a inundar el mercado americano de mercaderías muy
variadas a precios más bajos que
producidas aquí: ponchos, cuchillos, telas, bebidas, se importaron de
Inglaterra, así como también productos suntuarios consumidos por las clases
altas, gracias a los amplios créditos y a la publicidad de estos nuevos
productos. América se dedicó más a consumir que a producir y la economías
exportadoras no pudieron iniciar su desarrollo industrial dado el libre
comercio y la ausencia de medidas proteccionistas para la producción local.
Desde el punto de vista comercial se logró la vieja aspiración colonial, el
librecambio. La consecuencia fue la ruina de las artesanías locales que no
pudieron competir con la producción europea en gastos y costos.
La segunda etapa, a partir de la segunda mitad del
siglo XIX, se caracterizó por la afluencia de
capitales extranjeros (principalmente ingleses), que se invirtieron en obras de
servicios públicos como aguas corrientes, luz, tranvías, ferrocarriles y
préstamos a los gobiernos.
Dependencia y “crecimiento hacia afuera”: hacia una economía exportadora
Entre 1870 y 1914 se inició la fase llamada “de expansión de exportaciones” donde Inglaterra dominó el sistema económico internacional. El desarrollo de la revolución industrial aumentó la demanda de materia prima de América Latina. Inglaterra era la principal exportadora de capital y servicios y la principal receptora de materia prima del mundo. A partir de 1870, el crecimiento económico fue muy rápido, sobre todo en los países como Argentina, Uruguay y México, y más débil en los de Centro América. La explotación agrícola se seguía basando en la gran propiedad, el latifundio, si bien existía también la mediana y la pequeña propiedad. El latifundio constituía una unidad familiar y una unidad de producción. Ser dueño de un latifundio significaba tener riqueza, ingresos, prestigio social y poder político. Se concentraban en pocas manos y se llaman “haciendas” en México o “estancias” en el Río de la Plata. Muchos de estos latifundios se especializaban en la explotación de un solo producto; a este régimen se le llama de monoproducción o monocultivo. La producción americana creció dentro de los límites del monocultivo, que producía para el mercado mundial lo que tuviese más demanda. Esto se llamó “crecimiento hacia afuera”, pues la economía creció, no para su propio beneficio, sino para unos pocos productores y para Europa. El monocultivo fue una forma destructiva de explotación extensiva, pues no se tomaron medidas para conservar las riquezas ante el desgaste del suelo, agotando así, la tierra; se obligó a traer alimentos de otras zonas a precios elevados. Con esta práctica, bosques enteros fueron arrasados y sus nativos desplazados. El objetivo del capitalismo europeo era producir más y transportar con mayor rapidez productos para el consumo. Latinoamérica vio empobrecidos sus suelos y dependió de los precios que les fijaban desde el exterior. Esta situación de la economía se produjo en el marco de una nueva división internacional del trabajo. Los países desarrollados (Inglaterra, Francia, Alemania y EEUU) se constituyeron en centros industriales donde se acumulaba capital y se creaban nuevas tecnologías, mientras que los países no industrializados, como los de América Latina, organizaron sus economías en función de la materia prima y los alimentos que los centros industriales demandaban. Existía dependencia económica.
En la segunda
mitad del siglo, en el marco de este impulso económico mundial, creció el
sistema bancario y la producción fabril. Este proceso se vio favorecido
por los adelantos tecnológicos como la navegación a vapor, las líneas férreas,
y los grandes puertos con almacenaje de productos. Inglaterra continuó siendo
el “centro” del sistema capitalista mundial y se relacionó con América, la
“periferia”, por su necesidad de materias primas. Las inversiones extranjeras
se orientaron hacia sectores que las economías locales no estaban en
condiciones de desarrollar, como por ejemplo, el sistema de transportes (ferrocarril)
y otros servicios públicos (agua y luz) que se financiaron con préstamos
garantidos por el estado. Los europeos otorgaban empréstitos, realizaron obras
públicas y crearon industrias por los
bajos costos de la materia prima y la mano de obra americana. Los capitales
ingleses se dirigieron hacia las praderas argentinas y uruguayas donde
instalaron fábricas y hacia Chile donde explotaron el cobre. Los capitales
franceses y alemanes compitieron con el inglés en el terreno industrial. Los
grupos dominantes de cada país poseyeron el control económico, por eso el
capital extranjero se apoyó en las oligarquías locales, procurándoles la
rentabilidad de su dinero. De allí las alianzas entre el capital extranjero y
las clases dominantes de Latinoamérica. La
economía latinoamericana tuvo un bajo nivel de productividad, una inestabilidad
crónica y aguda y un nivel de ingresos que seguía en el límite de la
subsistencia para la mayoría de la población.
Bibliografía:
ABADIE, S,…,*SIGLO XIX. EUROPA, ESTADOS UNIDOS, ASIA, AMÉRICA LATINA, URUGUAY. TERCER AÑO. TOMO 1 CB. ED MONTEVERDE, MDEO.